Absolutamente siempre te dan las gracias, responden a tus agradecimientos con sus “de nada” o “a la orden”. Cualquier encontronazo en la calle es seguido de un “disculpe”, de un dejarte pasar primero... Excepto, of course, los conductores entre ellos, fieras feroces en cortés combate, en el que lo cortés no quita lo combate... La cosa es meter morro en el caótico devenir de coches y coches, sin respetar líneas pintadas, rotondas, prioridad de paso.. y pasar primero. Pero no se enfadan entre ellos, estilo italiano o argentino... o internacional, vaya. Concentrados y serios, aceptan los avances inadecuados del otro, esperando poder ellos la misma maniobra. Sin rencor. Sin odio. Con eficiencia destructora. No me los quiero ni imaginar como pilotos de bombarderos.
Hay otras frases típicas que nos dan pautas diferentes a las nuestras como por ejemplo, el “me regala”: “¿Me regala su documento, su teléfono, su billete...?” En los bares, los clientes piden: “¿Me regala una cocacola?” Luego, por supuesto, la pagan... Es su forma de pedir. Esta costumbre bromífila (bromofilia: afección por las bromas... ¡Es que todo hay que explicároslo!) les acarrea los lógicos enfados de los camareros y bármanes de España (Bármanes: españolización corregida por el Sr. Windows de la expresión anglófona “barmen”, que significa camarero) que no tienen intención de ser tan generosos. Y cuando quieren ofrecerte alguna cosa, viene el insinuante: “¿Le provoca un tinto?”. Y recordemos que un tinto es un café, y un tintero uno que vende cafés por la calle.
Un caso que nos llama la atención: subimos a un bus suburbano-rural, al pie del cual hay un “captador”, un viejecito (aparenta mas de 70, y es delgadito y menudo) que va averiguando a los gritos quién va para Arjona e intenta alzar las maletas de los pasajeros hasta el bus, por si alguien le da una propinita.
Sube un pasajero con pinta de campesino, sombrero, una bolsa de tela, ya mayor y con aspecto de ser “un hombre de pueblo” y, antes de partir, se dirige al conductor exactamente así: “Perdone, amigo, pero le hablo con la intención de iniciar un diálogo. No se lo tome a mal. Pero todos tenemos un espacio propio, individual, y este señor que se mete con uno, es como que viola ese espacio, la gente se siente invadida. Usted, como jefe que es de este bus: ¿no cree que debería impedir que moleste asi a los pasajeros?” (Juro, palabra más, palabra menos, que este fue su discurso). El conductor, hombretón con pinta y bigote de asesino mejicano, le responde: “Le agradezco su comentario, amigo, le agradezco de verdad porque está bien que haga notar estas cosas, y le doy la razón. No debería permitirlo... Pero tiene que pensar que el pobre hombre debe estar haciendo esto porque lo necesita... y... claro...” Sube más gente y el diálogo queda en el aire y no lo vuelven a reanudar...
(***) Siguiendo con la amabilidad, constantemente te invitan a pasar a las tiendas, locales y restaurantes o cualquier otro tipo de negocios: Pequeñas boutiques, casas de regalos, cafés, restaurantes, zapaterías, tiendas de ropa, etc, tienen en la calle a sus propietarios diciéndote: “buenas tardes, adelante, pasen sin compromiso” o, en la mayoría de las veces, profesionales de la captación clienteril, persiguiéndote con el menú en la mano para invitarte a entrar a los restaurantes, “regalándote” tarjetitas que acumulas inevitablemente para que pases a ver sus museos de esmeraldas y de oro (joyas bellísimas, pero caras), o a ver sus bolsos o artesanías, o probar su café, o, como caso extremo, a subir a su autobús (en todos los autobuses, anunciando el recorrido e incitándote a subir, preguntándote a donde vas, para ver si te pueden ser útiles (Plaza Bolívar, Mercado, Getsemaní!! ¡¡Suba, suba!!) e invitándonos a subir con tanta pasión y convicción como si nos estuviera ofreciendo un paseo por Disneylandia.
En las calles comerciales, en las tiendas de ropa, un Sr con un micrófono agitando el clima sonoro e incitando: “Pasen pasen, vean, tenemos brassiers de todas las medidas!”. En la tienda de enfrente, vendiendo lo mismo, otro señor. Se hacen guiños y se dejan terminar de hablar para tomar el hilo del discurso. Competencia leal.
Por cierto, hay maniquíes increíbles. con unos senos enormes, grandísimos, que desde luego responden a algún prototipo genético de las costeñas, lo que le hacen decir a Maribel, con un ligero tinte de envidia: “me gustaría preguntarles que les dan de comer de pequeñas”, a lo que yo le respondo con toda sinceridad que no tiene nada que envidiarles, y que, aunque fuera así, lo importante es la personalidad. Y la realidad es que, en general, la realidad de las señoritas costeñas se acerca bastante (a veces) a las dimensiones del maniquí.
En las vidrieras de las tiendas de Cartagena, estos maniquíes alternan con otros menos “senudos”, más cercanos a la "talla hispana". Pero también llaman la atención algunos masculinos. Tienen un ancho de hombros cuyo poderío no igualaría en mismísimo supermán. Las camisas que les ponen estiran sus botones hasta el peligro inminente de que el botón salga disparado convertido en letal proyectil. Si respiraran, reventaban.
Vimos, pero no llegamos a fotografiar, porque le pusieron un camisón que ocultaba sus formas, un maniquí con la forma correcta de las señoras negras de cierta edad, con unas nalgas inmensas y unos senos enormes... El excacto prototipo de la Venus de Willendorf. Primero nos sorprende, pues un no está habituado a estas figuras como "ejemplo" para mostrar la ropa. Pero luego lo repiensas y te dices: En genial. Genial que en lugar de poner solamente “figuras tipo”, para incitarnos a parecernos a ellas, nos pongan figuras reales, para que veamos como nos quedará la ropa, que se supone es la función esencial de los maniquíes. que no debería ser ver cuán bello se puede ver un vestido en un cuerpo maravilloso, sino cómo puede llegar a quedarnos a nosotros.
Como nos engripamos los dos, poco mas puedo contar de estos dos dias en esta ciudad: el sábado a las 14 hs, nos pasa a buscar el taxi “puerta a puerta” que hace el servicio entre Cartagena y Barranquilla. Imaginaba yo un taxi “normal”... Es una furgoneta con capacidad para diez personas apretadas, con nueve personas ya pre-apretadas en su interior, nos insertamos nosotros dos, las maletas, la guitarra y partimos raudos (es un decir) para la cuarta ciudad mas importante de Colombia.